Desafíos de los docentes en contexto de pandemia. ¿Qué vendrá después?

13 de Abr, 2021

Por Mónica Lazo, psicopedagoga del Depto. de Atención Psicopedagógica UDB

Hasta abril de 2021, el COVID-19 ha llegado a cifras de 133.796.725 de contagiados y casi 3 millones de muertes en el mundo, estas estadísticas se quedan cortas, frente a todas las consecuencias que la pandemia ha generado para la población mundial.

Cada uno de los gobiernos desde sus particularidades tomó diversas medidas ante la enfermedad, las cuales se esperaban ocasionaran el menor de los males. Primordialmente, la intención de los gobiernos fue y sigue siendo garantizar el derecho de salud de sus ciudadanos, lo cual en cierta medida ha reñido con los derechos a la libre locomoción, así como con la inversión y desarrollo de la economía.

Los efectos de las medidas se dejaron sentir en diversos ámbitos entre los que se destacan el económico y educativo. La enfermedad llegó afectar aún más a las economías en crisis y dentro de ellas al sector informal, en donde los ciudadanos carecen de las condiciones mínimas para tener alimentación; en el caso de la educación habrá que analizar si se ha logrado únicamente la acreditación hacia el grado inmediato superior o se han logrado verdaderos aprendizajes.

La consecuente necesidad de provocar un distanciamiento social a raíz de la pandemia, provocó que las actividades educativas migraran vertiginosamente de lo presencial a la educación a distancia con mayor énfasis en la virtualidad. Las formas como se realizó dicha migración estuvieron permeadas por la toma de decisión de los entes rectores de la educación, los altos mandos de las instituciones y de la capacidad de dar respuesta de los docentes, recayendo sobre estos últimos la parte operativa que mantuvo funcionando el sistema educativo.

Para el caso de las universidades de El Salvador, la mayoría se encontraba en el desarrollo de actividades académicas del primer ciclo lectivo, se contaba en cada asignatura, con una planificación que orientaba el quehacer. Tras la orden de suspensión de actividades presenciales, la ruta viable fue optar a la entrega virtual. Los docentes pasaron de un sistema presencial a uno totalmente virtual, la mayoría de ellos, sin contar con las herramientas y el conocimiento necesario para enfrentar el reto.

En este proceso, se dejaron ver las fortalezas y debilidades de los docentes. De manera general, la experiencia permitió poner al servicio de la educación su potencial creativo para lograr una efectiva entrega efectiva, que estuviera a la altura de las necesidades y que no rompiera con los procesos de enseñanza y aprendizaje que se habían comenzado de manera presencial. Pero, ¿qué hay de la eficacia?, ¿qué nos garantiza el logro de aprendizajes?, ¿cuánta atención brindamos a las necesidades educativas que van más allá de la entrega de contenidos? Estas preguntas son importantes a reflexionar, dado que, los docentes afrontaron junto algunos de sus estudiantes: enfermedades, duelos, brecha digital, dificultades de conexión, ambientes cargados de interferencias, entre otros; su rol trascendió en la medida las demandas exigieron de ellos, ser verdaderos guías que orientan y motivan, aún bajo sus propias necesidades de ser acompañados.

En este momento en el que ya se están aplicando las primeras dosis de vacunas, aunque el riesgo de contagio permanece, las garantías de salvaguardar la vida aumentan. Es por tanto un buen momento para hacer una valoración de las capacidades de adaptación del cuerpo docente, de la capacidad de salir adelante de la mejor manera ante circunstancias adversas. Así, cabe preguntarse, ¿qué pasaría con la educación si los docentes mantenemos constante una actitud de dar lo mejor y esforzarnos por poner al servicio de los procesos de enseñanza todo el potencial creativo, tal como se ha hecho durante la pandemia? Se pueden mencionar dos principales áreas de mejoras en los docentes a raíz del desafío afrontado: 1) en el uso de tecnologías para la educación y 2) en el desarrollo de habilidades socioemocionales.

La pandemia obligó a los docentes a actualizarse en el uso de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para la gestión de procesos de enseñanza. En todos los casos dejaron el salón de clases habitual y pasaron a un sistema de gestión de aprendizaje (conocido por sus siglas en inglés como LMS: learning management system), que les permitía organizar los contenidos, desarrollar actividades sincrónicas o asincrónicas, evaluaciones, entre otras; también en la búsqueda de realizar actividades diferentes, se dieron a la tarea de conocer aplicaciones para desarrollar mayor involucramiento de los estudiantes, aprender a utilizar aplicaciones para el desarrollo de video clases, entre otros.

En su mayoría, los docentes desde su condición particular, conoció un uso de las tecnologías de la información y comunicación, que en un ambiente previo a la pandemia no se preocupaba ni se ocupaba en conocer.

Los nuevos conocimientos sobre herramientas de la información y comunicación aplicadas a la educación, aunado a su experiencia haciendo educación presencial, puede permitir realizar mejoras al regresar a las instalaciones de las universidades, es decir, ahora los docentes cuentan con conocimientos y habilidades para hacer educación con el que no contaban antes de la pandemia.

Cabe preguntarnos, ¿qué haremos con ese nuevo conocimiento?, ¿volverán los docentes al antiguo sistema de entrega de contenidos en el salón de clases con pizarra, proyector y utilizar los LMS como repositorios para la entrega de contenidos y tareas?, o ¿se continuarán desarrollando variedad de recursos multimedia, fomentando la interacción e interactividad con el uso de TIC?; si sucede esto último, podemos hablar que se desarrollará una educación que va de la mano con los jóvenes, quienes han crecido en un ambiente en donde las TIC son parte de su cotidianidad.

Por otro lado, en los estudiantes el efecto del confinamiento, los temores detonados por lo conocido y desconocido del comportamiento del virus, las noticias tristes, el estrés de adaptarse a una nueva experiencia de los estudiantes, entre otros, llevo a que, tras la pantalla, muchos de ellos encontraron en sus docentes a la persona que guía, orienta y motiva.

El COVID-19, dejo de ser un tema no solo de salud física, se convirtió además un tema de salud mental, que demandó de los docentes a reinventarse y crecer en habilidades socioemocionales, en algunos casos buscaron ayuda para poder ayudar, consultando a colegas o psicólogos.

Los docentes experimentaron de manera contundente, que su ejercicio va más allá de la entrega eficiente de contenidos; se necesitan competencias socioemocionales para realizar una verdadera educación. Una educación que propicie el desarrollo de cada estudiante desde su particularidad, estar capacitados para modelar y moldear capacidades para: desarrollar autoconciencia o comprender y regular las emociones, actitud favorable para afrontar desafíos, autogestión, toma de decisiones responsables, solidaridad y conciencia del otro, el cual es un camino para humanizar la educación, es decir, un camino para desarrollar una transformación en la persona, en donde se producirán cambios no solo en su cognición o pensamiento, sino también en su forma de sentir y por ende de actuar, los cuales son los tres cambios que suceden al aprender. 

Tenemos ahora una oportunidad para promover verdaderos aprendizajes y lograr hacer vida las palabras que sobre el beneficio del aprendizaje expresaba el presidente del Banco Mundial Jim Yong Kimen, en la presentación del Informe sobre el Desarrollo Mundial de 2018: “En el caso de los jóvenes, la educación, cuando funciona como es debido, fomenta el empleo, incrementa los ingresos, mejora la salud y reduce la pobreza. A nivel social, estimula la innovación, fortalece las instituciones y promueve la cohesión social”. Lo cual llevaría a El Salvador a ser un país con mayores oportunidades de desarrollo.

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