Por Carlos Iván Orellana, director del Doctorado y Maestría en Ciencias Sociales, UCA-UDB
En el marco de una economía organizada la relación de las personas con el dinero siempre se basó en un vínculo tangible. Fueran semillas, monedas o billetes, estos objetos podían ser tocados, contados, metidos en bolsas, pasados de mano en mano y hasta ser “remendados” a plena vista de los implicados en el intercambio de ocasión.
Gracias a la globalización económica y la revolución digital, el dinero y su gestión han ido adquiriendo particularidades cada vez más complejas y abstractas. En la actualidad el dinero se ha convertido en un asunto de especialistas financieros y variaciones macroeconómicas; está sujeto a tendencias y entidades supranacionales como la “desconfianza de los mercados” y las “calificadoras de riesgo”; su manejo, legal e ilegal, ha migrado a transacciones digitales; y, con la aparición de las criptomonedas, ha alcanzado características propias de ciencia ficción.
Estas consideraciones resultan especialmente relevantes en contextos como el salvadoreño, donde la gran mayoría de la población subsiste en la informalidad, prevalecen bajos niveles educativos generales y de educación financiera en particular, existe limitado y deficiente acceso a tecnología e internet y alta exclusión financiera. Todo esto sin considerar el agravamiento de las condiciones socioeconómicas producido por la pandemia.
La rápida implementación del bitcoin como “moneda” de curso legal en el país por el actual gobierno, nos ha arrojado súbitamente a un mundo de demandas y amenazas inesperadas: nuevas leyes y reglamentos; explicaciones de expertos en ciber-cosas; un idioma que muy pocos hablan y comprenden plenamente (Ej.: blockchain, satoshis); complicados e invisibles mecanismos de funcionamiento o control; la volatilidad del activo o su posible empleo en actividades ilícitas como el lavado de dinero, así como la probable erosión de la economía dolarizada.
Ocurre que, más allá de opiniones optimistas, interesadas o exclusivamente técnicas, las grandes mayorías dependen del vaivén concreto del dinero-en-mano (cuando se tiene). No es extraño entonces que, como han mostrado unánimemente distintas encuestas sobre el bitcoin, la mayoría de la gente no comprende qué es, no acepta, ni confía en este como moneda de curso legal y uso cotidiano obligatorio. No se olvide, además, que la hipertecnificación de las decisiones políticas fortalece tendencias antidemocráticas al alienar a buena parte de la población de discusiones sensibles que afectan sus vidas.
En el país, “el pisto”, como la vida misma, siempre ha sido un bien frágil pero concreto: el sonido de las monedas en las manos de un cobrador, un billete humedecido en un delantal o el tesoro apretujado en la mano del niño que corre millonario de alegría para comprar una chuchería en la tienda cercana. Para la mayoría de la población del país, un activo inestable en una pantalla táctil tiene tanto sentido como preferir una videollamada a cambio del abrazo de un ser querido.
La sofisticación –técnica, lingüística y material– de las criptomonedas genera una variedad de procesos psicosociales singulares que conviene conocer para ofrecer más luz sobre posibles implicaciones del uso cotidiano y recurrente de estas. Una revisión rápida de literatura permite destacar tres fenómenos relevantes:
- El miedo a perderse algo (por sus siglas en inglés, FOMO, Fear Of Missing Out): la preocupación constante por desaprovechar una oportunidad si uno se desconecta de la red. Este fenómeno en la práctica conlleva revisar compulsivamente sitios web de interés. Se ha asociado a menor satisfacción vital y al uso problemático de dispositivos móviles. Considerando la volatilidad abrupta, constante e impredecible del bitcoin, dicho miedo puede llegar a constituir un estado sostenido de vigilancia muy debilitante.
- Refuerzo de tendencias ludópatas: el uso de criptomonedas y la inclinación a practicar juegos de azar se refuerzan entre sí. El mundo de las criptomonedas emula dinámicas de casino (anonimato, apertura 24/7, recompensas intermitentes, competencia, excitación, etc.), cuestión a considerar en un país cuya población experimenta necesidades económicas apremiantes y alto endeudamiento crediticio personal y en el que existe acceso a sitios de apuestas online, incluso con respaldo gubernamental.
- Proliferación de irracionalidad y emociones perjudiciales: se entiende aquí por irracionalidad a las creencias y acciones basados en deseos o expectativas y no en datos de la realidad. Por ejemplo, la sobreestimación de suerte, conocimiento o habilidades: el mundo de las criptomonedas, como toda la red misma, está repleto de “influencers” y “expertos” que crean necesidades, comparaciones, modelaje y presión para involucrarse en el uso de estos activos. Sobrestimar las competencias personales constituye una forma de ilusión de control que utilizamos para convencernos de que es una buena idea llevar a cabo ciertas acciones. En términos emocionales, las criptomonedas habitan y crean un ecosistema de miedo e incertidumbre persistente debido a su volatilidad. De ahí que su uso y demandas de gestión puedan derivar en síntomas emocionales (depresión, ansiedad), arrepentimiento anticipado, creencia y difusión de fake news o temor persistente –no se olvide el FOMO– ante sucesos –factibles o no– que pueden afectar el mercado de criptomonedas.
El uso y la obtención de ganancias con criptomonedas no está al alcance de todos. De hecho, existe evidencia que sugiere que mucho de la favorabilidad hacia el uso de criptomonedas por parte de jóvenes (españoles, universitarios y con acceso a internet) está fuertemente influenciada por aspectos como la existencia de condiciones facilitadoras (Ej.: acceso a tecnología), expectativa de esfuerzo (Ej.: conocimientos) y expectativa de performance (Ej.: beneficios). En contraste, y según la evidencia que proveen las encuestas y el rechazo popular hacia la implementación del bitcoin, queda claro que la institución del bitcoin como moneda de circulación oficial obligatoria en el país es (siempre fue) políticamente apresurada, económicamente desaconsejable, sociológicamente incongruente y psicosocialmente insensible.
La reconocida volatilidad del bitcoin está sujeta a temores creados (los inversores también actúan irracionalmente) y por circunstancias ajenas al control de las personas (un tweet de un multimillonario, su prohibición en China). Pero en la sociedad salvadoreña demasiadas personas ya carecen de control sobre sus circunstancias vitales.
A pesar de la aspiración de la filosofía de base de las criptomonedas de promover un mundo financiero libre, lo cierto es que este sigue siendo el del capitalismo financiero voraz. En la jerga de las criptomonedas se les llama ballenas a los inversores adinerados y plancton a los usuarios comunes. Estamos ante la añeja figura del pez grande que se come al chico, ahora bajo una metáfora depredadora renovada en la que un animal con fauces aún más amplias puede devorar a muchos más organismos microscópicos. De las ganancias de las ballenas y de la parte alta de la cadena alimenticia social, rara vez nos enteramos. A las universidades le toca estar del lado del plancton para contribuir con la comprensión y posibles soluciones a sus vicisitudes económicas cotidianas.